Casos y cosas en Buenos Aires


Dos asadores criollos, y al fin en Las Nazarenas encontramos buey asado con fundamento. Y los taxistas siempre la hacen.

 

Nuestro compañero de viaje andaba sumido en el terror; antes de partir, un amigo argentino lo acongojó con sucedidos sobre la inseguridad ciudadana y consejos para salvar el tipo. Nosotros le decíamos que no era para tanto, que viera como había mujeres solas caminando por las calles. Y como aquel gaznápiro también le advirtió que solo cogiera radio taxis, un día que nos despistamos y paramos uno independiente nos arreó, por temerarios, una sonora filípica. Y eso que el taxista era un anciano venerable.

 

Éramos, sin embargo, los dos quienes estábamos deseando atacar a un Asado de tira; así que tras dejar las valijas en nuestros respectivos cuartos nos fuimos a La Brigada, el boliche favorito del dios Maradona; pero ya en la puerta optamos por El Desnivel, a la vuelta de la esquina, en el 855 de Defensa. Más cutre, más auténtico, menos turístico. Como suele ser, nada más entrar, las parrillas nos dieron la bienvenida; estaban atemperando chorizos y morcillas, y sobre el hierro candente se recostaba ya el primer bife de la tarde-noche.

 

Nuestro compañero de viaje estaba más por el Matahambre que por el Asado, así que ordenamos ambos y algo de Chinchulines, un chorizo, una empanadilla y un bife de chorizo. El pan era de mala calidad, buena la Chimichurri y sorprendente el Trumpete, un chardonay con crianza. Nuestro compañero de viaje rehusó los Chinchulines; se los dimos a probar una noche de interminable viaje en guagua en Chuy: ciudad duty free y frontera entre Uruguay y Brasil; habíamos comprado algunos regalos y acabamos cenando, muy bien, en Las Estacas, literalmente cruzando la calle, en Brasil.

 

El Matahambre resultó ser un vacío: ese corte plano y fino. Así que nuestro compañero de viaje seguiría soñando con esa larga escalopa que envuelve huevos duros, pimientos morrones… y se come tal fiambre. Pero un simple trozo de carne a las brasas es bocado agradecido. Excelente y generoso fue el bife de chorizo; y lo decimos desde la perspectiva argentina: un corte de lomo bajo de novillo de no más de un año. Los españoles criticamos que allá pasan mucho la carne, pero, en verdad, joven cruda no da sabor alguno. Y llegó el Asado de tira, bien hecho, como nos gusta, y a los porteños. La cena, que incluyó una cerveza Quilmes porrón, agua y una cola, salió por 24 euros; porque aunque eran 36,33 € (el euro se paga a 10 pesos) habíamos cambiado “en negro” a 13,50. En cinco años: el tiempo que no visitábamos una de nuestras ciudades preferidas, la vida para el europeo se ha tornado así de barata.

 

Terminado el festín, la fresca noche invitaba al paseo. Y anduvimos por el desconchado barrio: el vetusto, bohemio y noctámbulo San Telmo. Tomamos el último trago en un baretto de esquina y después paramos un radio taxi. Al llegar al hotel, nuestro muy gentil compañero de viaje se abalanzó y entregó un billete de 50 para abonar los 39. Tras unos segundos, el que había sido un pibe simpático y dicharachero le increpó por haberle dado uno de 5. Avergonzado, nuestro compañero de viaje le pidió varias veces disculpas y se lo sustituyó por uno de cien. Y hasta trató de que cogiera una propina, pero, muy dignamente, la rechazó. Ya en la calle, nuestro compañero de viaje se cercioró del cambiazo y comenzó a proferir improperios. “No hay pillos como los taxistas bonaerenses, pero no te matan”, le confortamos.

 

El otro boliche podríamos decir que es un balón: enorme, Las Nazarenas, a pasos del monumento a Martí y el hotel Plaza, que lo administraba hasta ayer la cadena Marriot porque lo había comprado el grupo propietario del Alvear, uno de los estandartes del lujo bonaerense. Aquí las parrillas se agrandan con una zona acristalada –que hace de escaparate para seducir al viandante– donde se asan lechones y corderos crucificados. Comimos una de lechón, delicioso, y un Ojo de bife: el norteamericano Rib eye: 500 grms de lomo alto: 2 cms de grosor de ¡carne roja! tostada por fuera y cruda por dentro ¡Al fin! Y antes nos habían traído Chinchulines, riñones y longaniza en proporciones pantagruélicas. Con tinto mendocino, agua, refrescos y postres se llegó a los 700 pesos: 45 euros al cambio “en negro”. El “bolichazo” lo fundó, en 1981, el navarro Luis Barberia. Está empapelado con fotos de famosos. Ofrece un excelente servicio y posee una bodega excepcional. Salimos; aun se mascaba en las calles la resaca del “clásico”: Boca vs. River, que ganó el segundo tras dos humillantes lustros. c/ Reconquista nº 1.132. (www.lasnazarenas.com.ar)

 

 

Texto: Mario Hernández Bueno